Es descorazonador confirmar la pequeñez
del ser humano frente a lo desconocido, pero lo es mucho más cuando
se descubre lentamente, pensamiento a pensamiento, deshaciendo una
madeja que habita en el interior de la propia mente. Algo así le
ocurre al soldado protagonista de la novela “El agujero de Helmand”
del periodista y escritor, Carlos Fidalgo, premio Tristana de Novela
Fantástica otorgado por el Ayuntamiento de Santander y publicada por
la editorial Menoscuarto.
Ambientada en la guerra de Afganistán,
la narración, que no llega al centenar de páginas, es cruda pero no
hiere, concreta pero profunda, escrita a dentelladas, dadas por las
frases cortas que plagan el texto, rotundas. Como sentencias que se
impone el personaje principal y que aplica a sí mismo y a lo que le
rodea: la hostilidad en forma de río que serpentea y una roca, la
que corona el montículo de tierra desértica al que va a parar junto
con su batallón de marines, intentando controlar lo incontrolable
que no es otra cosa que el ansía de venganza que anida en todas las
guerras.
Y como si fuera una escaramuza, el
batallón se encuentra en un punto perdido, en medio de la nada y en
el centro de todo, aplicando la lógica ilógica de la batalla que se
fija un objetivo tan férreo que termina olvidando el destino final
para darle importancia a los pormenores previos, defendiendo una
posición porque las normas hay que cumplirlas. Un eslabón más de
la cadena de la guerra, una pieza que sí o sí tiene que encajar y
es en esa sinrazón del pensamiento colectivo donde el autor carga
las tintas, en el ser irracional en el que puede terminar
convirtiéndose un soldado que solo tiene que ejecutar las órdenes
que recibe. Y lo hace a través de sus propios razonamientos,
colocándole frente a sus dudas y a sus demonios, en su agujero.
Como en la Batalla de la Colina de la
Hamburguesa, en el Vietnam de 1969, pocos son los soldados expuestos
a un temor real simbolizado en una eterna respuesta por parte enemiga
y Fidalgo los enfrenta a sí mismos y a la intangibilidad del propio
pánico que simboliza la roca conformando así un triángulo del que
parece no haber escapatoria, formado por el río que se retuerce, la
atalaya pétrea, que esconde algo más, y los hombres que se agrupan
a su alrededor. Un giro final, que le da sentido a la historia
(aunque aparentemente no lo tenga) conduce al lector a un desenlace
turbador, cerrando el círculo. Siempre que el tiempo... también sea
circular.
yo lei el libro, interesantismo
ResponderEliminar¡Bravo por Carlos!
ResponderEliminarEs una muy buena novela. Completamente de acuerdo, sí que lo es.
ResponderEliminarNo lo he leìdo,pero lo leere
ResponderEliminar