miércoles, 13 de junio de 2012

Placer de pago o el lado sórdido de la vida


El Diccionario de la Academia recoge tanto la palabra prostituta como el término puta. A la primera la define como la mujer que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero y de la segunda destaca, sobre todo, las connotaciones peyorativas. Lo completa con un par de expresiones que terminan llegando a una definición: mujeres públicas. Una explicación demasiado rancia y desafortunada porque algo público es de todos, y en todo caso una prostituta "será" del hombre que la pague, exclusivamente durante el tiempo que hayan pactado, luego no debería volver a tener dueño.




Y de este tema hablan dos libros de reciente aparición: Memorias de una prostituta, de Anne Smith (Editorial Sepha) y Una mala mujer, de Montse Neira (Plataforma Editorial). Dos maneras de abordar una misma situación social, la promiscuidad pagada, que se mueve en el lado oculto de la sociedad, el que siempre ha existido pero sobre el que nunca se pone el foco salvo para hablar de su naturaleza más sórdida y, en muchas ocasiones, con condescendencia.

Ambos textos están escritos por mujeres que han tenido contacto directo con el que llaman eufemísticamente el oficio más antiguo del mundo. Montse Neira ha sido prostituta y lo sigue siendo y Anne Smith, lo ha sido.

La primera habla abiertamente de ello, es licenciada en Ciencias Políticas y se presenta a cara descubierta ya desde la portada del libro, en una pose femenina de piernas espectaculares cruzadas y sujetándose, más que la cabeza, la frente como quien espera veredicto aunque la frase a pie de portada parece indicar lo contrario porque es toda una declaración de intenciones: “Nadie puede humillarte sin tu permiso” de Eleanor Roosevelt.



“Defiendo mi derecho a prostituirme -dice Montse Neira uno de los días de firma en la recién celebrada Feria del Libro de Madrid- le debo todo a la prostitución porque si no la hubiera ejercido a lo mejor sería una señora que estaría limpiando, sí, pero no hubiera evolucionado, estaría siempre debiendo dinero, preferí ejercer la prostitución ante que ir a Caritas”. Y su respuesta es así de contundente porque procede de una familia pobre y para ella no parecía haber más futuro que un trabajo en el servicio doméstico.

Y su libro es como un largo diario de ágil lectura, construido de recuerdos y descripciones de momentos importantes en su vida. Desde su infancia hasta su matrimonio y posterior separación, su ingenuidad frente al amor y la facilidad para caer en las redes de ese sentimiento y de cómo dio el paso para entrar en la que hoy sigue siendo su vida y del primer servicio, por el que ganó 3.000 pesetas en apenas unos minutos, una cantidad que en su anterior vida tardaba días en acumular.

Tiene su libro un tono de descaro sincero, lejos de la justificación, ella es así, y así se acepta y así se confiesa. Y lo hace de tal manera que se refiere incluso a los profesores universitarios que reconoció mientras cursaba la carrera porque alguno había llegado a su vida antes, básicamente había estado en su cama. Y no es un libro alegre, pero tampoco se puede decir que sea triste. Es una exposición detallada, es una reivindicación de un modo de vida, tanto, que incluso la propia autora dice: “Hay gente que piensa que los proxenetas me han pedido que lo cuente así”.

Y desde otro ángulo se presenta el libro de Anne Smith, fotógrafa en la actualidad, madre de dos hijos y mujer de belleza serena. Una novela desgarrada, inspirada en hechos reales (los que vivió), no apta para mentes con tendencia a la felicidad continua, ni para los lectores que no quieran encontrarse metidos de lleno en una historia, real, de dolor. 

Anne Smith en la Feria del Libro de Madrid


Aparentemente es una historia triste, otra más, de una mujer que cae en la prostitución porque la vida no le da otra alternativa, en la que suceden todo tipo de actos que para cualquier otra persona sería insufriblemente humillantes. Realmente Smith quería, con su libro, hacerse oír frente a una situación que a fuerza de ser denunciada se ha tornado ¿invisible? Dice la autora que es algo “de lo que parece que se sabe mucho, pero cuando se cuentan ciertas interioridades ya no gusta tanto; los hombres que frecuentan los clubs de alterne solo van a divertirse y no se preocupan de la vida de una prostituta, que solo tiene que sonreír”.

Y una pregunta tan breve como ¿qué persigue con su novela? provoca en Anne Smith una cascada de protestas, reinvindicaciones... lamentos. “Estoy harta -dice la autora- de que se asesinen prostitutas (estos días se celebra el enésimo juicio por este motivo), de que se las margine socialmente. No defiendo la prostitución, defiendo a esos seres humanos que ejercen este oficio. No la incentivo, sería que mejor que no existiera pero ahí está...”

La entrevisto a través del chat de una red social y sus frases se suceden, solo puedo leer. “Algo hay que hacer -prosigue- para cambiar esta realidad, estoy a favor de la regularización, de que haya normativas en los locales, que haya un control sanitario”. No escapará a ningún lector que la historia, inspirada en hechos reales, es la suya y según voy leyendo sus frases pienso por qué hay oficios, hipócritamente aceptados, que imprimen a las que los ejercen un marchamo, el mismo que el de las reses.

Son dos formas muy diferentes de abordar una misma temática, teniendo en cuenta que la primera no solo no reniega, sino que casi abandera la que sigue siendo su principal fuente de ingresos y la segunda, quiere y tiene todo el derecho, a dejarla atrás. A Montse Neira la encuentro pletórica en la caseta de su editorial, sonriente, dispuesta a explicarlo todo, y de Anne Smith me sobrecoge una última y demoledora frase: “Más de uno pensará que por haber escrito una novela me creo que soy una pobre puta que piensa que sabe escribir”. Pero es que resulta que la puta habla inglés, italiano, francés, portugués y español. Ha estudiado fotografía y tiene grandes conocimientos de la Historia.

De lo que no se puede dudar es de la valentía, de ambas, y de la capacidad para lidiar con los prejuicios ajenos. El resto lo recoge la Constitución, en su artículo 14.

Merche Rodríguez

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