miércoles, 31 de octubre de 2012

¿La evasión fantástica como terapia inane?

Por Luis Conde

Para los millones de seguidores de ese alucinante encantamiento, promovido por la serie de novelas, episodios televisivos y pronto cinematográficos del mundo conocido como Juego de Tronos, acaba de llegar al mercado un fetiche impar: El libro oficial de Juego de Tronos, presentado en España por Grijalbo.

Se trata de un libro-objeto promovido por la productora televisiva estadounidense HBO, la que se encarga de pasar a las pantallas los popularísimos libros de George R.R. Martin.
Como explica bien el autor responsable del volumen, Bryan Cogman, que ya pone como antetítulo la advertencia de “Tras las cámaras de HBO”, se recogen materiales del rodaje de la serie televisiva y entrevistas con sus autores, intérpretes y hasta un prólogo del escritor, que no daba crédito al intento de pasar sus textos a imágenes. Y se ha sorprendido con los resultados.



Las gozosas ciento noventa y dos hermosas páginas, agrupadas en cinco capítulos, se desparraman por el mítico e imaginario territorio en el que se desarrollan las fantásticas aventuras de Invernalia, Desembarco del Rey, Poniente, Essos y sus interminables derivaciones.

El muy afamado escritor, que se ha vuelto multimillonario con la saga fantástica Canción de hielo y fuego, que abarcará siete enormes libros y otras tantas versiones televisivas; aún sigue escribiendo los dos tomos que faltan. Pero ya el éxito le ha desbordado y convertido en autor de culto, como lo fue en los años setenta Tolkien, el autor de El señor de los anillos.

Las semejanzas y diferencias entre una serie y otra se miden por la desmesura y enormidad de esta nueva saga, con muchos más personajes, mucha violencia y bastante sexo, frente la mesurada y acaso pacata del autor inglés, que quería inventar un mundo narrativo mitológico y casi folklórico, como de cuentos de hadas. Tanteando, incluso, un metalenguaje.
Pero tanto Tolkien como ahora George R.R. Martin, imaginan un espacio y una época ahistóricos, localizados en unas islas que recuerdan vagamente a las Británicas y a unos habitantes con el mismo hábito guerrero y muchas de sus características reales y mitológicas.

Es comprensible, pues, que tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, estos relatos cuasi-medievales se lean como productos de épocas heroicas, legendarias, fantásticas y de algún modo ejemplares. Todo podía ocurrir en aquellos lejanos tiempos, incluso guerras por ocupar un trono, al que se tenía o no derecho. Total las poblaciones eran masas sin derechos, ni papel que jugar. Todo se desenvuelve entre familias poderosas y aristocráticas, que rivalizan por el poder. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen.

Pero si ya Shakespeare concentró sus obras dramáticas en esa clase social, olvidando al pueblo, ¿por qué iban a hacer algo distinto estos creadores épicos? Lo que ya me mosquea algo más es la adicción a estas lecturas de tantos jóvenes y algunos no tanto, en España y otros países europeos y americanos.

Sí, ya sé que los medios monopolizan y secuestran lectores, pero algún mérito añadido debe tener George R.R. Martin, para que tanta gente devore sus miles de páginas y esperen como agua en mayo sus nuevas entregas.

¿No hay materiales tan apasionantes como los que describe, en países con historia, problemas y conflictos globales de los que sacar modelos y actitudes que ayuden a sobrevivir mejor y sortear las crisis cíclicas actuales en nuestro mundo real?

Pero quizás eso hay que preguntárselo a su legión de seguidores, que sólo quieren leer eso y se desentiende de lo que ocurre alrededor, en su casa, su barrio, su pueblo o su país. ¿La evasión fantástica como terapia inane?

No hay comentarios:

Publicar un comentario