viernes, 30 de noviembre de 2012

Un día para las librerías

Por Merche Rodríguez

Antes, las librerías eran juncos que aguantaban todo tipo de envites en un país, en el que por mucho que se empeñen las estadísticas no se lee aunque el ratio de lectores haya subido, pero todavía no llegan a 20 millones los lectores que ejercen de ello semanalmente. Bien es cierto que hay títulos que desbordan esas cifras, un ejemplo reciente es Cincuenta sombras de Grey que ha superado el millón y medio de lectores, o La catedral del mar de Ildefonso Falcones que llegó al millón seiscientos mil, por no hablar de los millones de Carlos Ruiz Zafón, los de Pérez Reverte a lo largo de toda su vida como novelista... Pero eso son solo las puntas de sierra de un gráfico económico que no responde a la dura realidad, la que ofrecen las cifras de ventas que reportan las librerías, último eslabón de la cadena editorial antes de que el título llegue a manos del lector.


El lector... ese desconocido, deseado por todos, sigue respondiendo al perfil de mujer menor de 65 años con estudios secundarios como mínimo, que busca novela histórica preferentemente. Aunque luego hay otros lectores, el masculino es el que supera a la mujer a la hora de leer en cualquier soporte (el uso de las tecnologías ya arroja datos para los estudios que anualmente elabora la Federación del Gremio de Editores de España). De la misma forma, al hombre le sigue costando (tal vez sea un indicativo que no variará nunca) leer una novela romántica, y sin embargo en lo que sí coinciden ambos sexos es el gusto por la novela de intriga, el último premio Planeta de Lorenzo Silva es un claro ejemplo.

Ese colectivo lector, que sigue creciendo en los últimos años (en 2010 eran casi un millón seiscientos mil nuevos lectores más), no debe de tener la librería como punto de adquisición literaria preferente y tan es así que muchas librerías pequeñas no han podido aguantar y se han visto en la obligación de cerrar. Porque una cosa es comprar un libro y otra diferente, leerlo, en beneficio para las bibliotecas en las que se notan los planes de modernización para la renovación del fondo. Hoy en día, una novedad editorial apenas tarda tres meses en llegar a los centros, de las principales ciudades, todo hay que decirlo.

Sea como fuere y perdidos en una marea de datos que hablan de 157 millones de ejemplares vendidos en 2008 y una devolución de 60 millones en el mismo periodo y a la espera de los datos concretos que refieran la evolución del mercado en 2011 y 2012, se celebra la segunda edición del Día de las librerías, organizado por Cegal.

Un millar de librerías se ha sumado a la fiesta y 150 de ellas ceden su espacio para recibir a escritores como Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina o Ian Gibson, entre otros. El Club Kirico participa también con su guía de lectura infantil y hasta Twitter se ha convertido en escaparate, con el hastag #diadelaslibrerias, o lo que es lo mismo un rincón de la Red en el que hacer visibles a todas aquellas librerías, regentadas por profesionales que se devanan los sesos intentando que su local vuelva a ser aquel lugar en el que un cliente, además de pasear entre sus estanterías, salía con una sonrisa en el gesto y un libro, por lo menos, en la mano.

Porque no es lo mismo un vendedor de libros que un librero y porque la lectura crea ciudadanos más libres porque son más cultos y comprenden mucho mejor el entorno que les rodea. Y porque un libro, da igual que sea un bestseller o un sesudo ensayo, es una de las pocas cosas que procura una evasión voluntaria y placentera y lo único que reclama es una ración de interés, en lecturas perdidas a ratos o en sesiones maratonianas de las que agotan la visión. Eso, es a gusto del consumidor y el libro se presta gustoso a complacer ese deseo.

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