viernes, 22 de febrero de 2013

Retrato de una profesión, desesperada

Por Merche Rodríguez

Los casos de corrupción moral, política y económica que sazonan día sí y día también los medios de comunicación son el resultado de una queja social macerada durante años. Las redes sociales han sido el detonador, tímido en un primer momento, hasta que la protesta ya se ha hecho palmaria después de perder el miedo a la hora de denunciar situaciones lacerantes o, directamente, injustas.

Y la Literatura, que históricamente ha sido precursora de este movimiento reivindicativo, sigue jugando ese papel. Aunque a veces es tan directa que se arriesga a pasar por osada. Un ejemplo es la novela, 24 horas de un periodista desesperado, de Pablo Vilaboy, cuando lo que hace es plasmar una realidad conocida por el propio autor: la de su oficio, el periodismo, y sus miserias. Pero lo hace en forma de sátira dejando hueco para una historia de amor entre dos hombres. Demasiado para un único volumen...



La novela transcurre en un solo día de la vida de Luis, un periodista que trabaja en un programa de radio y en otro de televisión. Su actividad, Cultura y espectáculos, le permite desvelar con un realismo descarado y divertido los paisanajes de un pase de prensa cinematográfico o los entresijos, no siempre agradables, de una redacción periodística. Divos y divas, autoritarios y sufridores en una misma coctelera.

Un estilo que se torna áspero cuando aborda la situación laboral de una profesión desprestigiada a la que presenta sometida ante líderes sindicales, que califica como mafia. Perro no muerde perro. Es una de las primeras normas no escritas que antes se aprehendían y aprendían en las facultades de Periodismo y Pablo Vilaboy es “culpable” de habérsela saltado a la torera y tan solo por un párrafo que habla de principios e ideales sociales en aras de un bienestar laboral ejemplar.

-La novela es una historia de amor de un personaje muy concreto, un periodista, que además tiene problemas laborales de los que no se habla habitualmente, es más “no se debe” hablar...

-Sí. No se “debe” hablar porque muchas de las cosas que salen en la novela se las comentas a la gente, independientemente de que trabajen en un medio periodístico o en una empresa de automóviles, y te dicen: 'sí, eso pasa' pero no se suele comentar porque quedas mal o por miedo.

-Pero es una paradoja perversa porque los periodistas somos los que informamos de los problemas de otros y no podemos informar sobre los nuestros, a no ser que la situación sea escandalosa.

-Se debería de hacer un examen dentro de la profesión para encontrar las razones. Creo que en el fondo la cosa radica en que, seamos periodistas o no, al final todos cojeamos del mismo pie y todas las estructuras profesionales cojean del mismo pie, aunque te dediques a informar sobre el mundo o seas un administrativo. Al final, todos estamos en una feria de las vanidades.

-Hay una gran carga crítica hacia los sindicatos, un colectivo, que como en todos, hay gente buena y gente mala. Es un gesto valiente.

-Es lo que ha cerrado más puertas a esta novela, el tema de crítica sindical porque si criticas al patrón, aunque sea un término decimonónico, caes bien a unos o a otros. Pero con los sindicatos estamos en la dictadura de lo políticamente correcto porque como se supone que defienden los derechos del más débil, queda muy mal sacarles defectos. La labor sindical es muy buena si estamos en época de crisis, su labor es más fácil porque defienden lo que quiere la mayoría pero si vamos a un escenario más estable, ciertas personas dentro de ese colectivo al final se comportan como una estructura casi, casi mafiosa.

-Aborda también el periodismo cultural, en el que muchas veces el periodista es un sufridor que no puede decir realmente lo que piensa pero también está la figura del que se deja seducir por la industria y termina dictando sentencia.

-En ese mundo, se manejan tantos intereses de tantas partes... Critico el hecho de que un redactor de a pie que se encuentra entre la espada y la pared porque no es libre de decir lo que piensa sobre esa película o ese personaje porque tiene a alguien por encima que le marca unas líneas de comportamiento y de libertad de expresión. Y o te quedas sin trabajo o sin llegar a traicionarte a ti mismo, das tu opinión muy matizada. Y por otra parte, otra de las cosas que critico dentro de este área, el periodismo cultural, es que es como el cajón de sastre al que mandas a la hija de no sé quién que le gusta mucho el cine... Para hacer información política o económica se intenta encontrar al periodista indicado, en el cultural los empresarios cogen a quien se tiene más a mano, solo basta con decir: me gustan los libros. Por otro lado, creo que hay gente que está más inclinada a dejarse corromper, porque una cosa es caer en una trampa de divismo o soberbia, que a todos nos puede pasar, y otra, es llegar a una determinada posición y adoptar actitudes dictatoriales. Y eso tiene que ver con la persona, independientemente de que haya conseguido el poder o no.

-¿El periodismo se desarrolla en un ambiente demasiado contaminado que podrá tener solución o la profesión está condenada a cultivarse en ese caldo?

-Mientras no se haga una purga, desde dentro y desde fuera, creo que no. Creo que sí puede haber entornos más libres de todas esas cargas que expongo en la novela, pero en las estructuras más o menos grandes hay determinadas líneas de comportamiento que se dan.

Cuenta Pablo Vilaboy que muchos lectores le han preguntado si no son exageradas las situaciones laborales que retrata y él siempre ha contestado lo mismo: “Lo más exagerado de la novela es lo más real, y lo que es más normal, es la ficción. Sin embargo, los colegas que la han leído creen que es suave. Los buenos profesionales del periodismo se sienten desencantados y, al final, cumplen con su trabajo y punto, ¿para qué van a dar más? Porque además de no sentirte reconocido, te desprecian y te humillan”.

Pero además de ser un retrato de la profesión periodística, el autor encaja dentro de su relato la historia de amor de Luis, homosexual para más señas. ¿Demasiado para un solo libro? Si se contempla como lo que verdaderamente es, la angustia de la que también se alimenta el amor cuando llega a un punto de aparente no retorno, en ese momento da igual si quien mira compulsivamente el teléfono para comprobar la existencia de algún mensaje nuevo es un hombre o una mujer. Y ese personaje ausente, el del novio que el protagonista no sabe si seguirá siéndolo, confiere profundidad a la historia porque dota al personaje principal de humanidad, con sus defectos, sus virtudes y sus carencias. Como la vida misma.

Presentación de la novela, el 22 de febrero en la librería Fuentetaja (San Bernardo, 35. Madrid)

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